sábado, 29 de noviembre de 2014

Perderé todo lo que tengo no se sabe cuándo


Perderé

                 todo lo que tengo

                                             no se sabe cuándo.



Anunciaré
                          mi marcha
                                                    en marcha,
                          mi partida
                                                    en la partida,
y viajaré
                          por un mar
                                                    de mares,
                          lejos,
                                                    muy lejos.
Contemplaré
                          la luz
                                                    de las luces,
                          la oscuridad
                                                    de oscuridades,
y escucharé
                          voces
                                                    de voces,
                          rumor
                                                    de rumores.


Saborearé
                          la sal
                                                    de lo salado,
                          la amargura
                                                    del amargo,
y sentiré
                          el aroma
                                                    de los aromas,
                          la caricia
                                                    de las caricias.
Descansaré
                          en el seno
                                                    de los senos,
                          en el filo
                                                    de los filos,
y esperaré
                          arena
                                                    de arenas,
                          el olvido
                                                    del olvido.




Miseria


Este viernes ha muerto Roberto Gómez Bolaños (El Chavo del Ocho), imagen cómica del niño pobre y hambriento durante 25 años. Al parecer, el famoso personaje se inspiró en un niño limpiabotas de la playa de Acapulco, de vestimenta sucia y remendada, que cuando ganaba unas monedas corría a comprar un bocadillo de jamón. 

A la vez que se producía esta noticia me encontré, al hacer la compra, con una campaña del Banco de Alimentos, haciéndome reflexionar sobre las duras condiciones de la infancia, no sólo en otras regiones del planeta históricamente azotadas por la miseria, sino aquí mismo, al salir por la puerta de nuestros hogares.




Miseria,


lluvia de lágrimas dulces
que baña la tierra seca,
mientras el futuro escupe
su vómito de hiel amarga
voces de niños murmullan
palabras de esperanza,
y los últimos lobos escuchan
callados
cómo se ahoga su llanto
entre aullidos de hombres sordos,
entre ruinas de otro tiempo,
los ciegos cierran los ojos
huyendo del desconsuelo,
la sangre brota de su fuente
precipitándose,
cabalga un río de muerte
en la alborada de los ángeles.

(2002)


miércoles, 26 de noviembre de 2014

Abierto hasta el amanecer

Logo clásico perteneciente a la Asociación Abierto Hasta el Amanecer.
http://www.abiertohastaelamanecer.com/



Abierto hasta el amanecer


a Jordán Gallego Vicente

Hoy es el primer partido.
Están en forma y tienen uniforme.
- Es que hoy iba a salir de marcha,
yo también voy bien vestido. -
Tienen entrenador y son mejores.
- Hoy veremos un pequeño milagro.
¡Os juro que esta noche no nos ganan! -
Y se puso a dirigirnos
(y le hicimos caso).
- ¡Venga, corre!
¡Corre, pásala! -
Y seguimos a la camisa blanca.
Él daba las órdenes al fondo de la pista,
movía los brazos,
no paraba,
iba de uno a otro lado
repartiendo gritos de ánimo.
Repetía las consignas:
dijo defended, y defendimos,
nadie chistó cuando movió el banquillo,
nos hablaba explicándonos los cambios.
No jugaba, no estaba en la lista,
pero aquella noche él era el equipo.

Veríamos un pequeño milagro.



viernes, 21 de noviembre de 2014

Sobre las nubes.

En la primavera de 1999, aún hoy me cuesta creerlo, me concedieron el premio literario de mi instituto, el entonces I.B. Calderón de la Barca, por un relato titulado «Sobre las nubes» que hoy presento convenientemente pulido y abrillantado. El premio consistía en un vale para descontar en una de aquellas vetustas librerías, con aroma a madera y papel, que amorticé con el descubrimiento de los libros «Todos los nombres» de José Saramago, «La sombra de la guerra» de Juan Benet y una antología poética de Günter Grass. Finalmente, en una sorprendente casualidad, colaboré en la consecución por parte de mi hermano mayor, que se había ofrecido para acompañarme ese día, de una edición profusamente ilustrada con gráficos y esquemas de las naves de la saga original de «La Guerra de las Galaxias»...




Sobre las nubes


El día es perfecto, hay viento suficiente y en la dirección adecuada, se eleva, desciende, pero no cae, se diría que se va a mantener siempre ahí, sobre las nubes.
La vista es magnífica, ya casi no recordaba cómo se ve el atardecer desde aquí arriba. Fue una suerte que la casa de mis padres estuviera en la parte más alta del pueblo. Desde este monte, desde “el Castillo", se ve todo el valle, que adquiere un color especial, entre el rosa de las nubes y el violáceo de las malvas que se crían junto a los maizales y los campos de trigo, y los montes del oeste se ven negros, en oposición con el sol que se despide detrás de ellos. Hacia el este, en primer término, sobresale la torre de la iglesia y algo más abajo, justo antes del río, están las escuelas, donde aprendimos a leer y escribir.
Mi hermano nació cuatro años antes  y, como siempre, le seguí en su viaje. Cuando era pequeño, solíamos bajar corriendo la pronunciada cuesta desde nuestra casa, con los brazos abiertos, simulando ser pájaros. Mientras iba detrás de él, podía sentir su estela, podía vivir sus sueños. Nunca fuimos grandes atletas, pero se nos daba bien estudiar, habíamos heredado la tenacidad de nuestra madre y la paciencia de nuestro padre.
Se interesaba en particular por el vuelo de algunas aves, y observaba su forma de planear, impulsadas por las corrientes y las columnas de aire caliente. Le maravillaba que pudieran mantenerse tanto tiempo en el aire y, sobre todo, dominar su vuelo hasta el punto de dejarse caer en picado para cazar.
Le gustaba subir y contemplar el paisaje desde aquí. Yo, como siempre, le seguía, pero mis piernas eran más pequeñas, así que él llegaba mucho antes. Al tomar la cumbre le miraba, pero no me veía. Permanecía inmóvil, con la mirada fija en el horizonte, como si su espíritu estuviera fuera de su cuerpo, sobrevolando algún paraje lejano. Sus ojos brillaban grises como el reflejo de un dibujo hecho a lápiz.
Así pasábamos tardes enteras, yo jugaba hasta el momento en que fijaba sus ojos en mí y me decía que nos íbamos a casa. A pesar de que se lo pedía, jamás bajamos corriendo, con los brazos abiertos, como tanto me gustaba. A la vuelta iba más despacio, como si se dejara algo en la cima. Daba vueltas a su alrededor, le contaba mis cosas, y él me miraba sonriendo y asentía con la cabeza. Entonces me sentía el niño más feliz del mundo, pero ahora sospecho que ni siquiera oía lo que le decía.
Recuerdo un día en el que subimos con un artilugio que habíamos fabricado entre los dos, bueno, más bien él sólo, pero me ilusionaba como si lo hubiera fabricado yo. La cometa era bastante rudimentaria, pero lo suficientemente ligera, estaba hecha de juncos secos y de una tela blanca, preciosa, que nuestra madre guardaba como un tesoro. Aún resuena en mis oídos la bronca que nos echó, aunque después se riera de la travesura a nuestras espaldas. Fue bastante fácil hacerla volar ya que aquí hay una pequeña planicie, así que pude correr y lanzarla hacia delante mientras mi hermano tensaba el hilo, que también habíamos sustraído de nuestro hogar. El día era perfecto, había viento suficiente y en la dirección adecuada, se elevaba, descendía, pero no caía, se diría que se iba a mantener siempre ahí, sobre las nubes.
A mí me pareció un experimento único, jamás habíamos visto un globo aerostático, ni un automóvil, tampoco una bombilla, ni tan siquiera una bicicleta. Era el avance más grande de la humanidad, después del fuego y de la rueda.
Pero pudimos ver avances mayores, marchamos del pueblo a la ciudad, donde ingresamos en una de las más modernas escuelas taller. Allí se estudiaba la física de Newton y el funcionamiento de las nuevas máquinas, como el motor de explosión, que más tarde nos sería de mucha utilidad. En aquella época el interés de mi hermano por volar, que había conseguido transmitirme a lo largo de los años, se convirtió en obsesión.
Después de asociarnos en varias empresas mercantiles, y de trabajar duro durante años, reunimos suficiente dinero para nuestro proyecto, construir una máquina voladora más pesada que el aire, y con suficiente potencia y maniobrabilidad para realizar viajes en ella. La potencia la conseguimos, con un motor muy ligero, que desarrollamos nosotros mismos y, después de desechar las teorías de numerosos precursores, inventamos nuevos principios como el alerón, que da estabilidad, el elevador, que permite ascender y descender a nuestro antojo, y el timón vertical, que sirve para poder virar y volar en círculo, nuestro principal reto. Tras ensayar el aparato en el túnel de viento que previamente habíamos construido, nos aventuramos a probarlo en el emplazamiento que consideramos más idóneo, pues se necesitaba una gran llanura para poder despegar y posteriormente aterrizar.
Aquella mañana, nos dirigimos al lugar escogido y lo preparamos todo. Mi hermano clavó sus ojos grises en mí y me dijo que había que decidir quién lo probaba primero. Le dije que debía ser él, al fin y al cabo, aquél era su sueño y yo no se lo iba a robar, pero sacó una moneda de plata del bolsillo, dijo «cruz», y la tiró al aire. Aquello sucedió a una velocidad menor a la del resto de mi vida, pude verla dar vueltas y vueltas, y el reflejo del sol en el metal me dio en la cara una y otra vez, hasta que finalmente cayó... «Cara», me había tocado a mí.
La experiencia de volar por primera vez fue inolvidable, se me hizo un vacío en el estómago. Aquello era distinto a planear o a ir en globo, era de verdad, y por eso todavía me dedico a ello. El día era perfecto, había viento suficiente y en la dirección adecuada, me elevaba, descendía, pero no caía, se diría que me iba a mantener siempre ahí, sobre las nubes.
Mi hermano fue después, voló más lejos, más alto, volvió a hacerlo numerosas veces durante años y promocionó el avión por todo el mundo, pero sé que para él aquello no era suficiente.
Hace un mes que murió, puede que al fin pueda volar con alas de ángel. Por si acaso, después de un funeral multitudinario, recogí su cuerpo, lo llevé a incinerar y aquí estoy, en este monte, con una urna vacía en las manos.
El día es perfecto, hay viento suficiente y en la dirección adecuada, se eleva, desciende, pero no cae, se diría que se va a mantener siempre ahí, sobre las nubes.


jueves, 20 de noviembre de 2014

Leyendas urbanas.

Centro de Skövde 
(Fuente: http://commons.wikimedia.org/wiki/File%3ASk%C3%B6vde_Centrum.jpg)
By DegaZ (Own work) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) 
or CC BY 3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/3.0)], via Wikimedia Commons



En el verano de 2004 tuve un encuentro en la terraza de una cafetería de Gijón con un amigo del instituto que había estudiado filología y al cual había confiado con anterioridad una buena parte de los versos, en esencia dedicados a mi amada Edurne, escritos hasta ese momento. Aquello comenzó con la entrega, por su parte, de un documento manuscrito que inflamó mis ojos con una crítica coherente con la naturaleza sibarita del lector, y que ahora se me antoja insuficiente teniendo en cuenta la indudable calidad de los libros que habrían quedado aparcados en su escritorio para atender mi ingrato requerimiento. Después de leer la carta, quería mandar todo aquel invento directo al emisario del Piles pero, sin embargo, él seguía ahí sentado, delante de mí, y con un amable gesto me confesó que, aunque ratificaba cada una de las ideas de las que había dejado constancia, se arrepentía de haberse precipitado al darles forma. A continuación tuvimos una conversación que recorrió pausadamente los senderos de la literatura y, animadamente, derivó hacia el celuloide a través del relato de la Ilíada, que recientemente se había trasladado al cine con exagerado protagonismo para el «rostro impenetrable» de Brad Pitt. Al terminar el verano mi camarada se iría a Skövde (Suecia), para abrirse un camino profesional, así que nos despedimos conscientes de que probablemente no volveríamos a vernos en mucho tiempo. 


Durante el curso siguiente, un importante político reacuñaría involuntariamente, para desgracia de la asturianía, la expresión «leyenda urbana»  para aquellos jóvenes vecinos, muchos de ellos con carrera universitaria, que tenían que abandonar la región para buscar un futuro. Ya en el año 2011, en plena crisis económica, el recientemente difunto periodista Faustino Fernández Álvarez, escribiría un descollante artículo de opinión sobre el carácter atemporal de este retorcido fenómeno colectivo, al que pertenecemos muchos, como mi colega Miguel Carrera Garrido, al que aún continúo esperando en aquella terraza de mi memoria.


Leyendas urbanas



Porque nací con una amenaza bajo el brazo,
las estrellas no brillaban más, ni había reyes
(me haré republicano, qué más da),
decidí mudarme de alma y ser un mal poeta
(qué poco me gusta esa palabra).

De alguna manera había que alimentar la confianza
y después de la mudanza me atiborré de versos
y de estrofas,
y me dijo un amigo que ése no era el camino,
que todo era más simple,
que los ritmos y la rima no servían.

Le amenacé con perder toda esperanza
y se marchó a Suecia dejándome una nota:

Hay que ser sensible
                                      e inventar cosas nuevas.




lunes, 17 de noviembre de 2014

El más pequeño.

Toda realidad nace de un sueño, y crece cuando se aúnan intención y talento. Como mi hijo que es todo chispa y voluntad, también he sido pequeño, y aún lo soy cuando arropado por la frazada de la rutina, me acomodo en el anhelo y así se hace inalcanzable. ¿Y cuál será el legado de su padre? Acaso deba predicar con el ejemplo, pero no será hoy, quizá mañana.

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« Y cierra los ojos, y oye
el enorme resonar de sus propios pasos gigantes por las rocas bravías. »


Del poema «El más pequeño»
Del libro «Historia del corazón», 1954.
Vicente Aleixandre.



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