domingo, 4 de febrero de 2018

Bajo la ciudadela


BAJO LA CIUDADELA

Todas las torres del mundo podrían erigirse en la ciudad que habita sobre la montaña, pero ella se adentra en una caverna bajo el reino. Camina descalza, vestida de blanco, pantalones y blusa. En el lado izquierdo de su pecho hay un hueco negro. La oscuridad se precipita en el tejido y en la piel, allí donde debería estar su corazón. Va entrando a tientas, con sus manos acaricia las paredes de la cueva. Al fondo puede vislumbrar algo de claridad. De repente, el espacio se abre en una gran sala, levemente iluminada por el resuello de fuego de la bestia que duerme enrollada en el suelo. Al acercarse, el dragón con la cabeza apoyada sobre su cola, abre el párpado del único ojo visible y su iris aparece como una lámpara de esmeraldas. Se incorpora ligeramente sobre sus patas delanteras y estira lentamente su cuello hacia ella. Un albor de fuego blanco sale de sus orificios nasales e ilumina la cabeza y la parte delantera de su lomo escamado. Acerca su boca cerrada hasta el hueco en el pecho de la mujer, y en una espiración leve, enciende su interior. Ella siente como se estiran todos los miembros de su cuerpo y estallan en una llamarada. Expulsa los rayos de fuego por las yemas de los dedos y por su boca abierta, que mira hacia el techo de la cueva. Todo se derrumba en una nueva oscuridad.

A la mañana siguiente, desnuda, observa el hueco de su pecho en el espejo, y le dirige una sonrisa al bebé que duerme plácidamente en su moisés. Todas las torres del mundo podrían erigirse en su sonrisa.