Arenas Negras
Baila mi hermana en la boca de la cueva, donde el viento resuena en un dulce y seco sonido aflautado. La luz de las olas es nuestro horizonte, un horizonte que nunca osaremos profanar. Desde una fumarola asciende una corriente, dibujando caracolas en las nubes. Arriba, en la caldera, llora la dama que sostiene el firmamento. La tierra comienza a temblar.
Salgo corriendo de su mano, saltando entre las rocas del sendero. El cielo se oscurece por momentos, mientras buscamos refugio bajo el acantilado. Un risco se desprende y nos soltamos, pero ella me ruega que siga adelante. Crujen los troncos y un labio de lava se descuelga de las alturas; las semillas se elevan con las hojas cuando las raíces arden y el fuego se confunde con un atardecer de antorchas rojas. No reconozco la sombra que cruza el círculo de piedra, perseguida por esta corriente tan oscuramente encendida. Mis pies tropiezan en el último saliente y caigo en un manantial de arenas negras.
Extiendo las manos y escucho la música del viento que resuena en las caracolas. Soy el fin y el principio de esta historia. Un último mencey rindiéndose en la mar.