domingo, 9 de septiembre de 2018

El beso de la lluvia



El beso de la lluvia

Por qué habría de enterrar nuestras leyendas
en jardines de una infancia prometida,
cultivado en el espliego del proyecto
el aroma de una rula de sardinas,
escondido entre las redes de las barcas
ese vaso que derrama los enigmas,
arrojando estas orillas a las olas,
grises ecos desde el fondo de una mina.
Serán sólo las goteras de mis labios,
las cavernas de una Atlántida emergida
de un océano de Trasgos de aguardiente.
El Nuberu que, acercándose a hurtadillas,
soplará las chimeneas en los bosques
protegido por escamas de los Cuélebres
y, al abrigo del trineo de los pájaros,
dormirá bajo el embrujo de las Xanas
empapado de un orbayo de agua viva.

Cuadros: Ana María Izquierdo Ruiz


martes, 10 de abril de 2018

El trovador en el Salón Dorado





Tras el azahar de los jardines y el bosque de columnas se abría un firmamento azul con astros rojos. Arrojándolo al suelo, el Señor mercenario argumentó que aquel trovador debía ser juzgado y condenado como espía, ya que había anticipado su llegada la víspera de la batalla, pero el rey quiso escuchar alguna de sus coplas antes de dictar sentencia. El trovador recitó unos versos inspirados en la cercanía de la muerte y el monarca, emocionado, pospuso su decisión. Al día siguiente moriría el padre del rey, que decidió seguir perdonándole la vida. Lentamente fueron girando las estrellas; el trovador componía cada noche, soñando la manera de escapar, y el rey escuchaba hipnotizado las historias que le recitaba bajo la luz de otro crepúsculo. Así sobrevivía, para volver a velar en las mazmorras, mientras en el fondo cada verso se cumpliera el día posterior, hasta que una tarde de otoño, decidido, relató los detalles de su liberación. Al despertar la mañana, el verdugo aguardaba en la puerta de su celda.




Microrrelato Finalista en la Fase externa de la 6ª edición del Certamen "Picapedreros" 
(Daroca, 20 de julio de 2016).




domingo, 4 de febrero de 2018

Bajo la ciudadela


BAJO LA CIUDADELA

Todas las torres del mundo podrían erigirse en la ciudad que habita sobre la montaña, pero ella se adentra en una caverna bajo el reino. Camina descalza, vestida de blanco, pantalones y blusa. En el lado izquierdo de su pecho hay un hueco negro. La oscuridad se precipita en el tejido y en la piel, allí donde debería estar su corazón. Va entrando a tientas, con sus manos acaricia las paredes de la cueva. Al fondo puede vislumbrar algo de claridad. De repente, el espacio se abre en una gran sala, levemente iluminada por el resuello de fuego de la bestia que duerme enrollada en el suelo. Al acercarse, el dragón con la cabeza apoyada sobre su cola, abre el párpado del único ojo visible y su iris aparece como una lámpara de esmeraldas. Se incorpora ligeramente sobre sus patas delanteras y estira lentamente su cuello hacia ella. Un albor de fuego blanco sale de sus orificios nasales e ilumina la cabeza y la parte delantera de su lomo escamado. Acerca su boca cerrada hasta el hueco en el pecho de la mujer, y en una espiración leve, enciende su interior. Ella siente como se estiran todos los miembros de su cuerpo y estallan en una llamarada. Expulsa los rayos de fuego por las yemas de los dedos y por su boca abierta, que mira hacia el techo de la cueva. Todo se derrumba en una nueva oscuridad.

A la mañana siguiente, desnuda, observa el hueco de su pecho en el espejo, y le dirige una sonrisa al bebé que duerme plácidamente en su moisés. Todas las torres del mundo podrían erigirse en su sonrisa.