sábado, 6 de diciembre de 2014

El tesoro de los siglos




El tesoro de los siglos


Ahora ya no importan esos muros
ni tornaría nadando la laguna
y a los niños de la calle no les salva
la inteligencia, sino el fútbol.
Sí, amigo,
el tiempo pasa,
incluso después de habernos ido,
no resta nada por lo que volver,
de su tiempo, apenas obras,
y a usted que le hostigaba el minutero.
Cómo adivinar que aquellos mundos
paralelos
habrían de sobrevivirle cinco vidas
y que saldría en los libros de texto
(cómo imaginar que existirían).
No fue su mano en la política,
no fue su mano en la espada,
fue su mano en la pluma.
Sólo su nombre
y esas palabras,
esos versos,
polvo, fuego, ceniza y humo,
se quedaron sin lugar en el olvido.

Qué significado tiene todo esto;
es un juego, un desahogo,
es comunicación o belleza,
es una puerta al futuro.
De qué lado habrían combatido
su sangre y su tinta,
ya no importa,
usted ha ganado y ha perdido,
su verdad siempre estuvo de su lado.
La envidia
que es una admiración mal digerida
es el motor de todo enfrentamiento,
seguro que ya sabe de qué hablo,
don Luis, don Miguel, don Lope y don Francisco,
cada cual a su manera
fueron la conciencia de su siglo,
y quizás algunos no lo aprobarían
pero habría sido todo un espectáculo,
polvo, fuego, ceniza y humo,
escucharles dirigirse a un parlamento.

Llegué a las faldas de la montaña
buscando mi propia voz,
pero sólo eran ecos
de otras voces,
del amor y del tiempo,
de la guerra y el exilio,
de la muerte y el recuerdo.
Si miro en el espejo
veo mi cara,
¿o sólo es un reflejo?

No me avergüenza decir Quevedo,
polvo, fuego, ceniza y humo,
fue quien me introdujo en este mundo,

la poesía es un drama atrabiliario


«presentes sucesiones de difunto».





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